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Tensión sin diálogo: cómo sostener el drama con gestos y pausas

Cómo sostener tensión y drama con gestos, pausas y acciones. El silencio desplaza el sentido hacia el subtexto y la coreografía en escena. Ritmo, objetos y espacio como herramientas para contar sin decir.

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Una escena sin diálogo tiene una electricidad particular. Dos personajes entran en la cocina, la tetera hace clic, una silla se desliza milímetros sobre el suelo y nadie dice nada. Aun así, el lector sabe que algo se mueve. El aire se espesa. Las manos hablan. Al retirar el diálogo no quitamos sentido, lo desplazamos. El silencio no es un agujero en la página. Es un cable conductor. La corriente corre por los gestos, las pausas y las acciones pequeñas. Si manejas ese cable con cuidado, puede transportar más calor que una escena a gritos.

El silencio engancha porque obliga a inclinarse hacia la historia. El diálogo a veces desvela un conflicto demasiado rápido. Una frase del tipo no puedo más cierra puertas que un leve movimiento de hombros deja entreabiertas. Lo no dicho mantiene la mente del lector despierta, comparando, completando, que es una de las grandes recompensas de leer. No se trata de volvernos vagos, sino precisos sin hablar. El trabajo no es oscurecer. El trabajo es hacer que lo visible cargue con lo invisible.

La primera herramienta es la postura. Antes de que un personaje haga nada, su espalda y sus hombros te cuentan cómo ha entrado. Una columna rígida no transmite lo mismo que un cuerpo plegado. Las manos hundidas en los bolsillos no significan lo mismo que una mano apoyada en la encimera. Las palmas sobre la mesa pueden dominar o suplicar según el peso y el ángulo. Si eliges la postura adecuada ya has elegido un tono. Una escena puede sostenerse solo con cambios de peso. Los cuerpos anuncian el clima emocional antes de cualquier línea. No hace falta poner etiqueta. Basta con que el cuerpo esté claro para que el lector lo lea.

La segunda herramienta es la microacción. Los golpes de efecto, como estrellar un plato, se vuelven melodrama si llegan pronto. Girar una taza hasta que el asa quede lejos de la otra persona puede bastar para cambiar la temperatura. Cerrar un cajón dos veces porque no encaja a la primera arrastra una impaciencia que las palabras aplastarían. El famoso muestra y no cuentes no es una invitación a describir por describir como si fuera cine que no hace nada. Lo que necesitas es movimiento con propósito. Cada gesto debe o bien subir la presión, o retrasar el alivio, o desviar la atención.

La respiración es tu tercera herramienta. El ritmo llega al lector a través de la longitud de las frases y de los cortes de párrafo. La frase corta aprieta. La larga demora y enrosca. Una línea en blanco funciona como un aliento contenido. Sin diálogo desaparecen las comillas que a menudo generan música. Sustituye esa música con cortes y reposos bien medidos. Un párrafo que termina en un objeto deja ese objeto vibrando. Un párrafo que termina en un verbo suspende al personaje en pleno acto. El efecto no es decorativo. Es físico. Puedes hacer que el lector apriete la mandíbula o suelte los hombros dependiendo de dónde cierres.

Silencio no es ausencia de sonido. Un conflicto sin diálogo no tiene por qué ser callado. El tic tac de un temporizador de cocina, un monopatín que pasa por la ventana, el golpe sordo de una puerta vecina, el crujido plástico de una bolsa. Esos sonidos significan algo porque los personajes deciden si los registran o los ignoran. No es igual quien oye el temporizador y deja pasar la puerta que quien salta con la puerta y no oye el temporizador. El ruido exterior dibuja un mapa de atención. Úsalo para guiar la mirada del lector y subrayar lo que importa.

Los objetos hacen un subtexto excelente. Una taza astillada, un botón que cuelga de un hilo, una planta sin regar, un móvil colocado boca abajo. Nada de esto es símbolo por decreto. Ganan peso por repetición y por momento. Si la taza aparece al principio como detalle casual y vuelve después con una nueva muesca, no necesitas explicar la relación en voz alta. El lector lo hará. El móvil boca abajo puede ser una coquetería si aparece una vez, o puede ejercer presión moral si se da vuelta en distintas habitaciones y ante personas distintas. Los objetos son actores silenciosos fiables porque no mienten. La gente actúa. Las cosas persisten.

El bloqueo es la coreografía de cuerpos en el espacio. Decide quién está de pie, quién sentado, quién cruza la habitación y cuándo. El movimiento dibuja líneas de poder. La persona que no se mueve puede dominar a quien rodea la mesa. El personaje que se niega a mirar el cuadro de la pared le concede más importancia que cualquier conversación. Una escena puede ser un duelo peleado con distancias de centímetros. Marca esas distancias con claridad. Cuán separadas están las sillas. Cuán cerca de la puerta. Dónde cae la ventana. Qué camino lleva al fregadero. Si conoces el cuarto como un escenógrafo, puedes contar una discusión entera con pasos.

El punto de vista es la válvula que regula la presión. Una tercera persona cercana o una primera persona permiten filtrar los gestos a través de un solo sistema nervioso. El silencio se intensifica porque el narrador no puede esconderse de su propio cuerpo. Una tercera persona más distante mostrará la coreografía con menos comentario, lo que puede sentirse frío y despiadado. Las dos opciones sirven. Lo importante es la coherencia. Si eliges interioridad cercana, resiste la tentación de traducir cada gesto a pensamiento. Deja que el pensamiento roce la superficie en lugar de explicarla. Si la fisicidad está limpia, el lector no perderá el sentido.

El tiempo es tu andamio. Sin diálogo, hacen falta marcas temporales limpias para que el lector no se pierda. Usa la hora del reloj, los cambios de luz, las secuencias de acción. El agua hierve. La mantequilla se quema. Un ascensor llega a un piso equivocado y después al correcto. Pasa un tren y se lleva la luz. Estos anclajes sostienen la escena y además permiten subir la apuesta. Un temporizador que


Marina Torres trabaja como periodista literaria en Barcelona desde hace más de diez años. Reseña novelas y poesía para distintos medios y siempre busca explicar las historias de los autores sin rodeos. Estudió Literatura y le gusta acercar los libros a todo tipo de lectores, sin levantar barreras. Su escritura es directa, amable y pensada para que cualquiera pueda entrar en un texto sin miedo.



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