Logo Edition Logo

Cómo crear personajes que parezcan vivos

Un recorrido por las claves que convierten la observación y la voz en herramientas para crear personajes vivos y motivaciones creíbles, desde los pequeños gestos que revelan emociones hasta los diálogos que arden con autenticidad y decisiones que importan de verdad.

Publicado en
Edición inglesa
Edición española
Edición francesa
Edición italiana

Escribir un personaje se parece a organizar una cena en un piso con paredes finísimas. Los invitados llegan con opiniones ruidosas, inseguridades inesperadas y alergias que nadie había previsto, mientras los vecinos están a punto de llamar al casero si el jaleo se alarga. Invitas a los personajes porque quieres compañía en la página, no figuras de cartón piedra. Sin embargo, si no gestionas la velada con tacto, curiosidad y buen sentido del ritmo, uno se quedará todas las aceitunas y otro monopolizará la charla para hablar de criptomonedas. Dicho de otro modo, el lector verá las costuras en lugar del pulso. La pregunta que más me hacen en el taller es cómo conseguir que un protagonista respire en lugar de limitarse a funcionar. La primera respuesta es sencilla: escucha. La segunda es más complicada: convierte esa escucha en decisiones que podamos ver, oír, oler y casi tocar.

Piensa en la primera vez que un desconocido te detiene en la calle para pedirte una dirección. Antes de que pronuncie una sola palabra, registras su postura. Hombros rectos o hundidos, manos enterradas en los bolsillos o revoloteando en el aire. El cuerpo ya habla. Tú, como escritora, dispones de ese mismo poder. Antes de que tu personaje suelte su primera línea de diálogo, muestra el ángulo de su columna mientras espera el autobús, la manera en que el talón golpea el suelo tres veces antes de quedar quieto o la duda al elegir entre dos tomates idénticos en el supermercado. Esos detalles físicos no son relleno; son cables cargados de información. El lector los capta de forma inconsciente y construye un expediente privado: ansioso, confiado, aburrido, esperanzado. Cuando por fin llega la primera frase, aterriza sobre un suelo con textura y no en el vacío.

La voz, sin embargo, es donde la historia se enciende o se apaga. Todos reconocemos el instante en que un diálogo suena artificial, como una llamada que irrumpe en mitad de un concierto. Para evitarlo, recuerda que el lenguaje hablado rara vez es gramatical. Zigzaguea, se contradice, revela secretos mediante el ritmo mucho antes que con las palabras. Un adolescente de Sevilla acortará las frases, salpicará anglicismos y alargará las vocales para enfatizar. Una bibliotecaria jubilada de Manchester preferirá oraciones largas unidas por conjunciones, como si colocara sus ideas en una estantería. Si aplastas ambas voces dentro de la misma sintaxis neutra, borras sus huellas dactilares. Grabar fragmentos de conversaciones reales, siempre con permiso, es una herramienta clásica, pero la transcripción sola no basta; también hay que destilar. El diálogo auténtico divaga. En la página debe sentirse condensado, como una historia oral pasada por un buen editor. Un truco útil consiste en escribir una escena de golpe solo con el discurso grabado, dejarla reposar una noche y al día siguiente eliminar la mitad de las palabras. Lo que quede suele latir.

La motivación se encuentra en el centro de la credibilidad y ha de ser profundamente personal. Demasiados manuscritos dependen solo de fuerzas externas: el villano secuestra, la tormenta estalla, la economía se hunde. Esos sucesos importan, sí, pero importan de forma distinta a cada personaje. Pregunta por qué a tu protagonista le obsesiona la bicicleta robada en el capítulo tres. ¿Es un simple medio de transporte o el último regalo de una abuela que expresaba su cariño con metal y grasa en lugar de abrazos? Esa capa transforma la molestia en duelo silencioso. La motivación no tiene que ser grandiosa, solamente precisa en su origen. Un ejercicio que propongo en clase es el monólogo de diez minutos: tu personaje confiesa a un desconocido, durante un vuelo de doce horas, la razón de una decisión clave tomada antes en la historia e incluye al menos un recuerdo sensorial. Al principiante le incomoda, pero la arquitectura oculta surge.

Nadie camina solo por la vida, ni siquiera cuando viaja sin compañía. Las relaciones son espejos que deforman o alinean el reflejo. La química entre personajes se mide por contraste. Si tu protagonista coloca tres posavasos de forma simétrica, introduce a una amiga que deja vasos sudorosos sin pedir perdón. La fricción aviva la conversación. Cuando dos personas dialogan, debe haber un intercambio de energía; una termina la escena ligeramente transformada, aunque el cambio sea microscópico. Un buen truco es reescribir el diálogo intercambiando todas las líneas entre los dos hablantes. Si nada cruje, significa que las frases carecen de sello personal.

El entorno suele tratarse como decorado de cartón, pero moldea tanto como la genética. Tu ánimo cambia cuando el aire se vuelve pegajoso en agosto o resbala la llovizna de enero. Deja que tu heroína sude bajo la chaqueta de lino mientras espera el metro, mancha creciente en la nuca, vergüenza que asciende. Deja que tu detective se adentre en un callejón porque el olor a musgo le recuerda un afecto antiguo que no sabe nombrar. Un solo estímulo sensorial puede inundar la narración de pasado sin soltar un párrafo de exposición. Elige detalles que refuercen el tono emocional en lugar de competir con él. Si la escena busca tensión, coloca la charla bajo fluorescentes que parpadean. Si domina la ternura, deja que una brisa arrastre azúcar de pastelería por la ventana. Son decisiones invisibles cuando funcionan, pero sostienen toda la atmósfera.

El conflicto es el ejercicio cardiovascular del personaje; sin él, los pulmones no se expanden. Un enfrentamiento no siempre implica gritos. El pulso interior puede ser igual de potente. Una pianista tímida se sienta frente al público, dedos temblorosos sobre las teclas, luces que ciegan, y el silencio antes de la primera nota retumba como trueno. Allí chocan motivación, voz y fisicidad. Si tu historia depende solo de obstáculos externos, añade una contradicción íntima. Haz que tu ladrón adore la belleza y, al mismo tiempo, la arruine robando arte. Haz que tu activista tema a las multitudes, pero hable ante cientos porque la soledad duele más.

El pasado, manejado con tiento, enriquece en lugar de atascar. La tentación de volcar la biografía entera en el


Marina Torres trabaja como periodista literaria en Barcelona desde hace más de diez años. Reseña novelas y poesía para distintos medios y siempre busca explicar las historias de los autores sin rodeos. Estudió Literatura y le gusta acercar los libros a todo tipo de lectores, sin levantar barreras. Su escritura es directa, amable y pensada para que cualquiera pueda entrar en un texto sin miedo.



keyboard_arrow_up