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Narrativa circular: volver al punto de partida con elegancia

Explora cómo construir relatos que regresan a su inicio sin caer en el truco fácil. Un final circular bien trabajado ofrece ritmo, coherencia y emoción. La clave está en sembrar detalles desde el principio que florezcan al regresar.

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La primera vez que notas que una historia se pliega sobre sí misma sientes un pequeño clic en el pecho. No son fuegos artificiales, es un cerrojo. Un inicio que regresa en las últimas líneas se parece a un músico que vuelve a tocar el acorde inicial después de una improvisación que se fue lejos y volvió más sabia. Leemos por muchas razones, y una de ellas es el hambre de patrón. Un final circular entrega ese patrón sin sermonear. Te dice que has recorrido una distancia y que estás en casa, pero que las tablas del suelo ahora crujen con otro tono. El truco está en que ese clic llegue como reconocimiento y no como revelación. Si un final circular se siente como un truco de magia, admirarás las manos y olvidarás la canción.

Hay muchas maneras en las que un círculo puede funcionar. Algunas son evidentes, otras casi invisibles. La más obvia es repetir al final la primera frase palabra por palabra. Puede ser hermoso si el contexto ha cambiado lo suficiente para que las mismas palabras signifiquen otra cosa. Demasiadas veces, sin embargo, suena como un ejercicio escolar que recuerda la consigna pero olvida el alma. Una versión más flexible es el estribillo modificado: repetir la línea inicial con una palabra cambiada, o en la voz de otro personaje, o vista desde otro ángulo. Existe el círculo geográfico, en el que la narración te lleva de una orilla de río a una ciudad, a un desierto, y acaba de nuevo en la orilla. Steinbeck lo usó en De ratones y hombres , y el lugar guarda el antes y el después como un testigo que no habla pero no puede evitar mirar. Está el círculo de la búsqueda, donde un personaje viaja lejos para descubrir que la respuesta estaba enterrada en el punto de partida. Paulo Coelho lo convirtió en parábola en El alquimista , y, te gusten o no las fábulas, la satisfacción estructural es clara. Está el subtítulo que reconoce la forma, como en El Hobbit , subtitulado Historia de ida y vuelta , que no es un spoiler sino un contrato: lo importante no es el mapa, sino cómo se aterriza en el regreso. También está el marco narrativo que cierra donde abre, como en Las ciudades invisibles de Calvino, donde la conversación entre gobernante y viajero encierra todas las ciudades posibles. Y la composición en anillo, que refleja secciones a través de un eje oculto: Atlas de las nubes de David Mitchell lo hace como historias anidadas que ascienden y luego descienden. Y después está la versión más audaz, la que de verdad forma un bucle: Joyce escribió Finnegans Wake de modo que su último fragmento completa la primera frase. Puedes leerlo para siempre y no escapar nunca de la marea, que es justamente el propósito.

¿Por qué nos gustan los círculos? Parte de la respuesta está en la memoria. El comienzo de cualquier texto hace más que empezar: lanza una promesa y abre una cuenta pendiente. Un final circular se niega a abandonar esa primera deuda. Dice que, ocurra lo que ocurra, la historia recuerda su propio nacimiento. Otra parte está en el ritmo. La atención humana agradece el retorno. Las canciones necesitan estribillos, los poemas necesitan rima o al menos un patrón de acentos. La narrativa no lo necesita, pero cuando lo tiene, la prosa adquiere una música callada que el lector siente aunque no la nombre. Otra parte es ética: volver significa asumir la responsabilidad de lo que pusiste en marcha. Un personaje regresa a un escenario de fracaso o de consuelo y muestra, por contraste, quién es ahora. Puedes llamarlo moralidad o simple oficio. La verdad es que la estructura puede cargar emoción cuando la emoción aún no está lista para hablar por sí misma.

Si quieres probarlo en tu propio trabajo, las decisiones más importantes están al principio. Un final circular no es un accesorio que se atornilla en el último párrafo. Necesitas una semilla en la primera página que pueda convertirse en árbol sin forzarla. Y las semillas no son eslóganes ni metáforas acumuladas para impresionar. Una semilla es un pequeño detalle con capacidad de crecer: puede ser el olor en un pasillo en una mañana de lluvia, una frase que una madre usa cuando es amable y cuando es cruel, una foto torcida en la pared de un café que más adelante se endereza justo en el momento de una decisión. No son símbolos esperando ser descifrados, son detalles cuya repetición puede cargar de sentido porque les diste vida desde el principio. Cuando plantes esa semilla, no la señales. Señalar mata las semillas.

El centro es donde más fallan los círculos. El autor apresura el regreso y aplana el trayecto, o apila incidentes sin relación con el inicio y luego pone un espejo en el final para cumplir el expediente. Evitas ambos errores si piensas en el círculo como una espiral: pasarás por los mismos hitos, pero nunca a la misma distancia. En la práctica, significa que permites que la imagen inicial reaparezca de distintas formas. Si tu primera página tenía el olor a detergente de una lavandería comunitaria, más tarde puedes mostrar el olor estéril de un pasillo de hospital, o la niebla química de una habitación de hotel mal limpiada el día de una decisión importante. El lector puede no notar la cadena, pero la sentirá. Estos ecos deben ser pequeños para no sonar estridentes: un círculo de campanas puede ser encantador una vez, pero cada dos páginas se convierte en desfile.

El regreso elegante depende a menudo del tiempo. Al volver, ¿cuánto tiempo ha pasado y qué ha hecho el reloj a los personajes? Un círculo de doce horas tiene una temperatura distinta al de treinta años. El regreso breve suele tratar de temperamento; el largo, de destino. Sé preciso: si abres a las 6:12 de la mañana con la ciudad aún dormida y cierras a las 6:12 de la tarde con la


Marina Torres trabaja como periodista literaria en Barcelona desde hace más de diez años. Reseña novelas y poesía para distintos medios y siempre busca explicar las historias de los autores sin rodeos. Estudió Literatura y le gusta acercar los libros a todo tipo de lectores, sin levantar barreras. Su escritura es directa, amable y pensada para que cualquiera pueda entrar en un texto sin miedo.



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